SUSANA MARENCO
Susana Marenco
Revista OSPOCE, Ano 5 número 24 , Julio de 2002
Mi ingreso a la pintura fue descubrir la gran pasión de mi vida. Desde chiquita dibujaba -incansable, y más de una vez -injustamente- la maestra de turno me ponía solo un “visto” creyendo que los dibujos los hacia mi madre o alguien mayor que yo. La fascinación por las formas surgió en mi niñez temprana: la observación y la ejercitación de la memoria visual se integraron sin mucha conciencia a mi rutina de escolar. Era claro que tenía condiciones innatas de dibujante, y fue el dibujo, mi carta de ingreso a la Escuela de Bellas Artes.
Han pasado muchos años desde entonces, transite por formas variadas en el acercamiento a la imagen, desde el rigor del estudio, la necesaria libertad sin suficiente oficio de la juventud, el uso de los elementos plásticos puros, hasta el día de hoy en que con gran respeto por aquella niña dibujante temprana, he retomado la figura después de muchos años de abstracción. Pero he vuelto fortificada con la capacidad de hacer un uso absolutamente libre del espacio, mi fin es respetar mucho formas reconocibles, pero crear una nueva “armonía” en cuanto a cómo estos objetos o personas se ubican en un espacio, que aunque aparentemente es “real”, no lo es, ya s[i surgen planos absolutos, abstractos, de colores vibrantes, dorados, en contraste con la realidad un poco más minuciosa. Trato de generar ciertos riesgos en la composición -actualmente trabajo mucho en los “bordes” de la tela, e intento, sobre todo, poder sentir, al finalizar una obra, que el dibujo no ha superado a la pintura. Y que mi trabajo puede llamarse finalmente así: pintura.
Bellas Artes fue un montón de emociones a la vez, la amistad, el mismo amor por el arte, las risas y los libros. No me puedo olvidar sin embargo de dos de mis profesoras de escuela que me guiaron, tal vez sin saberlo, y que reencontré como por arte de magia en el transcurso de la misma semana y caminando por la calle, ambas emocionadas por saber que habían formado una vocación: Adriana Dellepiane, gran maestra de niños, y Clelia Aicardi, una especial sabiduría en un pequeño cuerpo.
La Escuela Superior me cruzo con maestros a quienes debo partes fundamentales de mi formación, Clelia Speroni –Lita, excelente dibujante y dueña de una vivísima paleta. En su taller logre limpiar los “tules” que cubrían cada una de mis pinturas de principiante: el excesivo uso del blanco. Beatriz Varela y su rigurosidad en el trazo, en la puntualidad y en la conducta: marco aún más mi observación hacia las proporciones. El descubrimiento de que la luz en el fondo da espacio, miles de cosas…ínfimas importantes que dejaron su impronta en mi desarrollo.
Y después miles de sesiones de modelo vivo en mi taller, en el taller de colegas, trabajo, trabajo y trabajo, gozoso, pero trabajo al fin.
Creo haberme comprometido con mi elección de vida, estudie mucho, y ahora veo que las cosas “salen”, y aunque sé que este no es un final, es un estadio más, y estoy conforme. También he estado absolutamente disconforme -con mi tarea- en otras oportunidades. Pero es así como ocurre cuando pinto, paso de la aprobación a la auto descalificación en un segundo y esto se repite muchas veces hasta que decido que lo que he hecho es “mostrable”.
El resto siempre lo pone el observador y termina la obra.